domingo, 17 de diciembre de 2017

Cuento


SPIN-OFF

El rodaje se interrumpió durante un mes por problemas técnicos. La pareja protagonista, que tan bien había conectado y tanta compenetración había demostrado en el plató, decidió pasarlo en la playa, juntos. A nadie sorprendió la decisión. Si en el plano personal la conexión entre ambos resultaba parecida a la transmitida en el trabajo, podría hablarse sin duda de una larga y feliz relación. Además, si su romance furtivo se filtraba debidamente a los medios, podría dar un empujón mediático a la superproducción, algo muy conveniente en vista del panorama de los últimos años. La gran suma de dinero y medios invertidos, con los últimos avances en tecnología 3D y efectos especiales, los músicos más prestigiosos para ejecutar la música más grandiosa, los exteriores más exóticos…, en definitiva, la enorme inversión confiada al proyecto, en un momento en el que el cine parecía no tener consolidado nada de lo que se le había presupuesto ya definitivo y exitoso, justificaba la llamémosla licencia de filtrar a los medios el romance de Pola Swanson y Charles Keaton.

No les resultó fácil desprenderse del poderoso influjo del rodaje y los primeros días parecían la prolongación de cualquiera de las escenas que compartían en la película. La extrañeza de hablarse y moverse inmersos en un espacio real y no ante el croma de fondo habitual les pareció incluso divertido y eso también alentó los frecuentes e intensos momentos de sexo en el hotel, la playa, el coche.
Al principio, y como parte de una broma compartida, avanzaban por el día construyendo la conversación con frases del guion; luego, ampliaron el repertorio y, demostrando gran habilidad y buena memoria, se daban la réplica utilizando frases de otras películas, e incluso llegaron a desafiarse para comprobar si conocían la película a la que pertenecía cada frase.
Los días se desplegaban como un nuevo juego en tecnicolor, con banda sonora y guion imprevistos, que se completaba con la evocación de eficaces efectos especiales y la admiración mutua desde diferentes planos. Todo para follar con la entrega y la devoción que sus hermosos cuerpos merecían. Se sentían protagonistas de una nueva, clandestina y tórrida película y gozaban, como nunca antes habían gozado, exhibiéndose ante los fotógrafos que los seguían con torpe disimulo y a quienes fingían no ver. Al menos así fue durante un par de semanas.
Porque se les fueron agotando las citas y fueron instalándose en la realidad exterior, donde la música sólo sonaba si era invocada por medios tecnológicos o humanos y perseguida allí donde habitaba. Los efectos dejaron de ser especiales y eficaces. El sexo se cubrió de una pátina sutil de rutina. El blanco y negro sustituyó al color en sus ojos y en sus bocas.
Apenas hablaban ahora. Habían descubierto que compartían poco o nada que no fuese cine. Sus gustos y sus preferencias fuera de ese ámbito parecían fuerzas que tiraban de ellos en sentidos opuestos, alejándolos irremisiblemente.
Al finalizar el mes, Pola Swanson y Charles Keaton, se habían convertido en dos personajes de una película muda.

Después de los saludos, las noticias y las instrucciones, la maquinaria cinematográfica se puso de nuevo en marcha. Pero algo no funcionaba como debía. Es decir, algo no era como se esperaba. La pareja protagonista no era la misma. La compenetración se había modificado y las chispas que saltaban cuando dialogaban habían desaparecido. Ahora sólo se percibía intensidad y conexión en el silencio, en las miradas y los gestos compartidos, en los orígenes olvidados… El desastre parecía inevitable. Y carísimo. Por fortuna, la tecnología resultó eficaz y disimuló con éxito estos pormenores.


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